En días recientes la Asamblea Nacional aprobó la primera discusión de la Ley de Zonas Económicas Especiales. Esta ley, cuyo borrador círculo extensamente en las últimas semanas, apunta a desarrollar áreas geográficas mediante incentivos fiscales y laborales. El objetivo es que dichas zonas se conviertan en polos de desarrollo industrial, turístico o financiero, centros de investigación tecnológica o parques para manufactura de exportación.

Tengo en la memoria que en los años 90 se suscitó una discusión bastante acalorada sobre la intención del Gobierno del presidente Rafael Caldera de designar regiones del país, como la Península de Paraguaná, para manufactura (las denominadas “maquilas”). La conversación nacional derivó en aquel momento hacia la oposición al esquema, llegando inclusive al nivel de estereotipo, donde la maquila era un “sweat shop” que no empleaba gente, sino esclavos, y donde se repartía disciplina a latigazos. Lastimosamente el tema fue retirado de discusión y no se planteó más esta figura, hasta ahora.

La nueva ley, en camino de ser aprobada por la Asamblea Nacional, retoma esta iniciativa, estableciendo zonas económicas especiales para la manufactura de exportación, el turismo o el sector financiero (imaginamos que tomando como ejemplo Singapur o Hong Kong). Este modelo sigue el ejemplo de las Zonas Económicas Especiales chinas, creadas en los años setenta. En aquel entonces, como parte de las medidas que buscaban reducir el nivel de vulnerabilidad de la población china, fomentar el crecimiento económico e insertar a China en la economía mundial, el Gobierno chino decidió establecer zonas económicas especiales con incentivos fiscales ventajosos para la inversión extranjera e independencia en la política de comercio exterior del Gobierno central. 

Las zonas económicas especiales en China fueron unas de las piezas del rompecabezas económico que impulsaron a ese país a, cuarenta años después, a ser la segunda economía mundial (o la primera, según muchos analistas). Las ZEE fueron un componente fundamental para el surgimiento de ciudades como Shenzhen (la “Silicon Valley China”), o Pudong, un distrito de Shanghái que comanda una economía tan grande como la griega.

Dado el éxito chino, es tentador hacer un paralelismo y apostar al éxito de las ZEE venezolanas o, en contraposición, deducir que la “venezolanidad” decreta el seguro fracaso de esta ley. Al margen de la necesidad de hacer continua supervisión y seguimiento de ciertos aspectos, como la transferencia tecnológica o los temas laborales, el éxito o fracaso se circunscribe, en gran parte, a dos factores: la implementación del esquema y la permanencia de este en el tiempo. Estas iniciativas toman tiempo en madurar, y, aunque es obvio ajustar lo que sea necesario en la marcha, es de primordial importancia asegurar que el marco de actuación tenga una existencia dilatada y no sea víctima de las veleidades del momento.

Luis Gerardo García